No sé
manejar esta situación, no sé que hacer.
Hace un mes que mi princesa silenciosa empezó el colegio, y desde
hace dos semanas es una niña infeliz.
La alegría se ha esfumado de su pequeño cuerpo, su mirada alegre
se ha transformado en una mirada de dolor y tristeza, camina arrastrando los
pies como si la vida le pesara demasiado y los abrazos que nos daba han
desaparecido.
La acabo de recoger del colegio y está sentada en su silla detrás
de mí, hoy la vuelta a casa es demasiado silenciosa, Lea, mi hija mayor, es la
que se encarga de repasar con tono alegre y pizpireta todo lo que ha hecho
en el clase, habla y habla (lo hace para que no se note el silencio de
Nora) pero hoy está con gripe en cama, así que en el coche se hay un silencio
denso.
- Cariño, ¿cómo ha ido bien el cole hoy?- le digo sonriéndola
mientras la miro por el retrovisor a la espera de que me devuelva la mirada y
haga algún gesto con la cabeza, hemos aprendido que las preguntas deben ser
cerradas para que pueda contestarnos con un golpe de esa cabeza rubia tan
hermosa que tiene.
-Silencio-
Silencio de verdad, porque me ha ignorado.
- ¡Vamos Nora! si ha ido mal no pasa nada, me lo puedes decir, ¿se
han vuelto a burlar de ti los niños? ¿Has jugado con alguien en el patio? ¿Has
podido comerte el bocadillo tranquila? ¿No te han pegado, verdad? ¡Dime algo,
vida! El miércoles tenemos reunión con tu señorita Miranda, y quiero saber que
quieres que le diga.- Demasiadas preguntas, he hablado muy rápido y me da miedo
asustarla con mi tono de voz.
-Silencio- Pero esta vez sí que me lanza una mirada de súplica, de
tristeza y dolor.
-¡No pasa nada, mi vida! Mamá y Papá lo solucionarán todo, no te
va a pasar nada más.
Pero la verdad es que ni mi mujer ni yo sabemos cómo solucionar
esto, no es fácil lidiar con una niña que se niega hablar, toda su vida en
silencio que hasta ahora no había dado ningún problema grabe pero desde que ha
empezado el colegio la cosa se está poniendo muy complicada.
Y el resto del camino lo hacemos en silencio, cada uno con sus
pensamientos, con sus tristezas.
Tengo pánico que alguien pueda hacer daño a mi familia, mataría
por mi mujer y mis dos princesas, son mis chicas y tengo el deber de
protegerlas, de amarlas y hacerles sonreír siempre. Pero siento que ahora estoy
fallando.
No entiendo por qué los niños son tan crueles y que en los
colegios se permita a los abusones campar por sus anchas.
Es ahora que me hago consciente de todo el dolor que hice en el
colegio a varios compañeros, yo era uno de esos abusones, desde cuarto a octavo
tuve una pandilla que me apoyaba en todas mis trastadas, más de una vez pegué
al pequeño Josele o asusté a Carmen y sus amigas, me reía de las delgaduchas y
de las gordas, pero los cuatro ojos eran mi debilidad, cada año rompía
"sin querer" unas cuantas gafas.
¿Qué habrá sido de todas mis víctimas? ¿les robé la alegría y la
seguridad? ¿Llegarían a casa con la misma mirada de tristeza que mi pequeña
princesa? ¿Cómo se comportarían sus padres con ellos?
Mi padre me animaba a ello, pobre animal,
-¡¡ Hazte valer, Martín!! Tienes que ser el Rey de la jungla, que
todo el mundo te tenga miedo, así serás un hombre de verdad, y si tienes que
romper dientes, hazlo! Cuánta más sangre, mejor!.- Recuerdo que me decía desde
su butaca rodeado de botellines de cervezas vacíos.
Él me animaba a ser agresivo porque para él era sinónimo de
hombría, de poder, de respeto.
No le culpo, pero me apena que pueda haber más hombres como él por
el mundo, criando pequeños monstruos.
Cuando llegue a casa buscaré a mis ex compañeros por facebook,
necesito pedirles perdón.
Miro a Nora y susurro (más para mí que para ella) - La vida te irá
bien, nadie te volverá hacer daño, pequeña!.
María
CreeyCrea
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