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 Volé para Vivir

El día que cumplí 25 años era un lunes y decidí hacerme el mejor regalo que podría tener.

Me permití volar, salir al mundo a la aventura, me di permiso para ser libre y perseguir mis sueños.

Aunque en realidad me sentía muy perdido, algo dentro de mí palpitaba cuando imaginaba yéndome de casa, coger la moto y rodar hasta donde llegase. 

El plan era no tener plan, dejarme llevar por la vida, ¡fluir y rodar!

Siempre podría volver a casa, tenía la suerte de tener una familia maravillosa, mis padres y mis hermanos me querían y respetaban mis decisiones aunque no las entendieran.

El 15 de mayo del 2000 me desperté con la emoción de que algo grande me pasaría y con los nervios de tener que explicar a mi familia que me iba, no sé a dónde, pero lo iba a dejar todo.

La facultad no estaba hecha para mí y trabajar con mi hermano en su Pub era divertido pero era mi perdición (demasiadas chicas y alcohol), lo bueno es que me sirvió para ahorrar.

Así que a los 25 años lo tenía todo planeado.
Mi moto, un mapa, mi tienda de campaña, en la mochila con algo de ropa, mi cuaderno y un par de lápices, mis ahorros y poco más. En verdad no necesitaba mucho más para vivir y ser feliz.

Quería vivir y experimentar y me parecía increíble que toda una vida cupiera en esa mochila, me pareció genial desprenderme de todo lo que tenía, nada de lo material me definía como persona, nada de lo que había construido era realmente yo.

Nada me ataba ya.

Cuando toda la familia se despertó, les conté mi decisión, me vieron sentado en la cocina con la mochila a los pies y tomándome un café con leche esperando pacientemente su reacción.

Al principio ninguno supo que decirme, mis padres me abrazaron, Álvaro me miraba sin entender porque me iba y mi hermana pequeña, Águeda lloraba desconsoladamente. 

Fue ella la que me hizo dudar de si era lo correcto, pero al final mis padres me dieron el empujón que me faltaba.

- Asier, cariño, si crees que esta aventura te va hacer feliz, te va aportar algo que aquí te falta, vete. Haz lo que realmente te dicte tu corazón, aquí estaremos bien, te echaremos de menos y nos preocuparemos por ti. Pero tu padre y yo queremos lo mejor para ti, y si es así, adelante.- Me dijo mi madre abrazándome con todo su amor.

- Y si en algún momento quieres volver, tendrás las puertas de casa abiertas, para lo que necesites estaremos aquí, nos sentimos orgulloso de ti y de tus hermanos, queremos que seáis personas independientes, libres y con inquietudes. Has decidido volar, tienes todo nuestro apoyo, hijo mío. -Me dijo mi padre mientras me abrazaba por la espalda.

Me sentí tan feliz de pertenecer a esa familia, los Bayo de Saavedra éramos gente muy especial.

Me fui con la promesa de llamarles al menos una vez por semana para decirles por donde iba y que hacía.

Subí a la moto y dejé todo lo que conocía atrás.

Me sentí feliz, valiente y mayor. Iba hacia mi destino, iba a cumplir mis sueños.
Quería escribir, quería conocer lugares, personas que me inspiraran, ver otras realidades, fuera de Burgos también había vida y la iba a vivir!.

La carretera me llevó hasta San Sebastián, llegué pasado el mediodía, me sorprendió lo impresionante que era esa ciudad.
Aparqué y paseé por la parte vieja, me dejé enamorar por su arquitectura, por su gente, comí pinchos y bebí Txacolí por primera vez en mi vida.

Me sentía abrumado y acabé en la plaza Sarriegi, me senté en un banco, saqué mi cuaderno y escribí durante horas.

La inspiración me envolvió y se me echó la tarde encima. Detrás de la plaza encontré la Pensión Loinaz y allí terminé mi cumpleaños.

Sin duda un gran día.

Y ahí empezó todo, Donostia me adoptó por un tiempo.

Asier Bayo Saavedra.


 María CreeyCrea
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